Páginas

martes, 26 de mayo de 2015

Miedo en Venezuela

Pocas cosas me hacen sentir miedo en la vida. Como todos, temo a ciertas cosas que no vienen al caso aquí, pero hoy hablaré de un miedo muy común del venezolano del siglo XXI.

Me refiero al miedo a la inseguridad. Al miedo a perder la vida en manos del hampa o que un familiar muy cercano sea víctima de “los hijos de Chávez”.

Y es que todos los días oímos, leemos y hasta vemos casos de inseguridad, de robos, secuestros, extorsión, estafas y atracos, pero no lo lamentamos hasta que realmente lo padecemos en carne propia.

Les relato algo que me sucedió en días pasados, que nada más de recordarlo trago grueso.


Me dirigía en el Metro con mis dos hijas, adolescentes ya y muy conscientes de lo que pasa en el país, cuando en una estación X se montan 3 individuos (de entre 18 y 22 años) con todo el aspecto de esas personas a las que esta Robolución Bonita no educó, no alimentó, y no les da empleo decente, y mucho menos castiga con un sistema de justicia adecuado y eficiente.

El guión que rezaban decía más o menos así:  

“Bueno señores, les vamos a hacer corto el cuento: A mi hermano gemelo me lo mataron anoche en el barrio X, le metieron 7 balazos y no tenemos ni pa’ la urna. Nosotros somos gente seria, gente decente y no nos gusta robar, por eso les pedimos la colaboración a todos. TODOS (en un tono imperativo) deben colaborar con 10, 20, 50 bolos o lo que tengan. Saquen que yo sé que ustedes tienen. ¿O es que quieren que les quitemos los celulares y las carteras a la fuerza?”


En vista de esto, todo el mundo sacó billeticos nuevos, arrugados, doblados y lisitos de todas las denominaciones y de los bolsillos más inverosímiles posibles. Salvo 3 o 4 personas, entre ellas yo, no dimos nada y volteamos la cara hacia otro lado.

Los chamos pasaron, recorrieron el vagón de punta a punta, repitiendo lo mismo y hablando en un tono amenazante acerca de la ley, los policías, las pistolas, el barrio y otras cosas típicas de la jerga cerrera.

Mis hijas pelaron los ojos, se hicieron las locas y me vieron (nunca o casi nunca cargan dinero), pero no dijeron nada hasta que los hampones se bajaron del tren. Luego entre nosotros 3 comentamos lo peligroso que resulta ya hasta montarse en el Metro, y lo necesario que es que ELLAS crezcan en otro país más seguro. El miedo se reflejó en nuestras caras.

Debo mencionar que tengo más de 35 años viviendo en Caracas, y nunca había sentido un miedo tan instintivo, ni un odio tan visceral. Miedo por ellas y por mí. Odio por esta desgracia que en mala hora nos ha tocado vivir a los venezolanos.

¡Maldita sea! Pensé… (No quise compartir mis variados pero apremiantes pensamientos con mis hijas).

Y en tono de chiste, para que todos los del vagón relajáramos el esfínter dije: Se cagaron, ¿no? Ustedes dijeron: “Hasta aquí llegamos”, ¿verdad?

Y la respuesta de la gente, entre risitas nerviosas fue: "Chamo, otro ‘quieto’… ¿hasta cuándo?"

Eso mismo me pregunto yo: ¿Hasta cuándo aguantaremos los que por múltiples motivos todavía no podemos (pero queremos) irnos del país?

Lo cierto del caso es que yo trato de no caer en la paranoia colectiva de “me van a matar”, “me van a atracar”, “no puedo salir”, pero indudablemente que este episodio que les relaté hizo mella en mí. Si antes no tenía fe en este país, ahora realmente siento asco por la sociedad venezolana, sobre todo por la clase política que nos gobierna…

Irse de Venezuela ya no es un tema de ideología política, de dólares o de moda. Es simple cuestión de vida o muerte.


2 comentarios:

  1. Es que ya uno no puede ni ir al abasto de la esquina a tomarse un helado, no debería decir esto, pero Venezuelka es el hazmerreír de America Latina y el mundo entero...

    ResponderEliminar